La inquietante evolución de las presentadoras de los programas infantiles
Miriam Díaz-Aroca, Alaska, Verónica Mengod, Leticia Sabater, Ingrid
Asensio, Paloma Lago, Natalia… y tú, ¿con qué presentadora te criaste?
Han sido factoría de inquietudes, enseñanzas, juegos e ilusiones.
Pero también han sido un reflejo de un país avanzando hacia no sabemos
dónde. Son los programas infantiles de la televisión con la que
crecimos, espectáculos para los más pequeños de la casa que siempre han
contenido sus seis ingredientes para engatusar las audiencias: series
animadas, reportajes en zoológicos, concursos en patinetes, algún que
otro gag cómico, muchas canciones pegadizas y sobre todo una
presentadora entrañable. Aunque el perfil de esa presentadora entrañable
también ha ido cambiando con el paso de los años. Así hemos salido. Herza Frankel. La profesora austriaca. Austriaca.
Y, claro, por su acento parecía la mala de la película. Porque más que
presentadora, Frankel recordaba a esa profesora entrañable a la que
todos hemos temido. Su habilidad estaba en las marionetas. Y como
titiritera alcanzó la popularidad con ayuda de La Perrita Marilín.
Incluso se llevó un Premio Ondas en 1960. Era la televisión que no
educaba, más bien instruía. Lo hacía con un vocabulario impoluto que
trataba a los niños como pequeños soldados desde una recién estrenada
TVE. María Luisa Seco. La tía solterona. Fue
la maestra de ceremonias de Un globo, dos globos, tres globos. Eran los
años setenta y la televisión infantil intentaba ser divertida pero no
lo conseguía. Las enseñanzas que divulgaba Seco parecían, en realidad,
una versión aburrida de Bricomanía. Tenía su mérito: no era fácil
aprenderse tales guiones, que parecían propios de la asignatura más
hueso del colegio. Mayra Gómez Kemp. La mamá enrollada. Por
suerte, llegó la democracia y la televisión se llenó el color. Mayra
Gómez Kemp es el ejemplo perfecto de esas presentadoras de la resaca de
la transición que empezaron a tratar a los niños con la cercanía que
merecían. En Sabadabadá y Dabadabadá, junto a otros rostros como Rosa
María Otero y Sonia Martínez, Mayra ya apuntaba maneras para el Un, dos
tres… ¡responda otra vez!. Desprendía complicidad en un programa que
apostaba por fomentar en los más pequeños la curiosidad por la vida a
través del entretenimiento. Hasta zarparon un crucero para recorrer el
litoral. La televisión infantil empezaba a despertar. Y Mayra fue la
capitana de una nueva era. Eso sí, tuvo que aguantar en estos programas
los tigres y leones de las canciones de Torrebruno… Verónica Mengod. La hermana ingenua. El
Kiosco fue la gran oportunidad de Verónica Mengod. Las presentadoras de
programas infantiles ya hablaban a los niños con la inteligencia que
merecían pero sin olvidar un necesario grado de ingenuidad. Los diálogos
de Mengod con Pepe Soplillo mezclaban creatividad, ironía y travesuras
para un programa que ya no sólo se hacía para los niños, también lo
hacían los propios niños, que participaban activamente en las originales
puestas en escena. Habituales eran las actuaciones en las que los críos
versionaban temas musicales míticos. Y hacían coreografías y tenían sus
propios ‘Oscars’ para premiar el esfuerzo que había detrás de cada
número. Un gran show hecho por y para los más pequeños con un especie de
“amiga” al frente. Más mayor que ellos, sí, pero igual de inocente. Así
era Verónica Mengod. O, por lo menos, así lo aparentaba. Alaska. La rara de la clase. La
esencia de la televisión pública en su máxima expresión en un sólo
programa: La bola de cristal. Las primeras temporadas del formato fueron
una explosión de ideas que rompían con lo preestablecido. Por primera
vez, un programa infantil apostaba por aportar a los más pequeños
herramientas para contemplar el mundo de una manera crítica. Aprendiendo
y desaprendiendo. Desde la televisión se desmontaba la propia
televisión. Incluso también se criticaba al gobierno que dirigía el país
en aquellos ochenta de La Movida. Y Alaska, Olvido Gara, era la
traviesa alumna a contracorriente. Tenía además un superpoder: no
contaba con ningún complejo ni ningún tic heredado de los encorsetados
rudimentos de la televisión de antaño. Y Lolo Rico, alma de La Bola,
supo exprimir a Alaska como icono de un programa mágico que olvidaba las
condescendencias, derribaba clichés y, sobre todo, hacía pensar. A
niños, y mayores. Miriam Díaz-Aroca. La amiga que te mete en líos. Cajón
desastre llegó como sucesor de La bola de Cristal. Un formato abierto a
la imaginación en el que cabía casi todo y que inauguraba un nuevo
modelo de ídolo infantil: la presentadora sexy, enfundada en lycra.
Miriam Díaz-Aroca y sus silbidos abrieron la veda de esas presentadoras
que ya no hablaban al niño como una hermana mayor, ahora directamente
jugaba con los niños como una más. De hecho, era más traviesa que ellos
mismos. Su personalidad absoluta en pantalla era un torbellino
carismático que te dejaba pegado al show, por delirante que fuera. Algo
había cambiado para siempre en la televisión. Xuxa. Pensando en los papás. Nuevo
giro dramático. Las televisiones privadas encendieron sus emisiones y
Valerio Lazarov, director de Telecinco, decidió innovar (a su manera) y
fichó a una modelo que estaba triunfando en Brasil con un formato
infantil, Xuxa. Ya no importaban tanto los niños, ahora lo que se
buscaba era gustar a los papás. Y a Xuxa se le notaba que los críos le
importaban más bien poco. Sin embargo, la brasileña no acabó de cuajar
en España como presentadora. Sí lo hizo su ‘Ilari lari lé. Oh. Oh. Oh’
que cantaba junto a las Paquitas (entrañables azafatas que hacían que
bailaban de formas sugerentes). La cancioncita aún no la hemos podido
borrar de nuestras cabezas. Lástima. Leticia Sabater. La amiga descocada. Leticia
es la presentadora con más horas de programas infantiles en su
currículum vitae: No te lo pierdas, junto a Enrique Simón, A mediodía
con alegría, Desayuna con alegría, Con mucha marcha (donde divulgó la
importancia de la educación física y perpetraba unas posturas deportivas
insólitas)… Dice que se inspiró en Xuxa. Y se notaba, pues realizaba
tales comentarios descocados a los más pequeños, que más de un padre
tuvo que taparles los oídos. Claro que mientras les tapaban los oídos a
sus hijos, esos mismos papás no quitaban ojo a los ejercicios aeróbicos
de Leticia. Se sabían todas las tablas. Sofía Mazagatos. El golpe de efecto. No
sabía presentar ni interpretar, pero en 1993, Telecinco ofreció a Sofía
Mazagatos la posibilidad de sustituir a Leticia Sabater. Un fichaje del
que hablaron más la revistas del corazón que los niños. Porque lo único
bueno que tenía Mazagatos como presentadora es que demostró que su tono
soporífero de voz producía los mismos efectos que una nana. Ver su
programa era sinónimo de caer redondo en sueño profundo. La involución
había llegado a los programas infantiles. Ingrid Asensio. La Tori Spelling cañí. Muchos
la comparaban con Tori Spelling, hija del todopoderoso productor
estadounidense Aaron (Sensación de Vivir, Vacaciones en el mar,
Dinastía, Los Ángeles de Charlie…). Y hasta se parecían un poco
físicamente. Como Tori, Ingrid también quería ser celebritie y tenía la
suerte de ser hija de un pez gordo del sector, el propietario de Antena
3. Así que le dieron los mandos de Megatrix, pero nunca destacó. Sólo
nos recordó que, a veces, es mejor tener padrino que talento.
Transcurrían los noventa, donde todo era posible e Ingrid, al final,
terminó casada con un futbolista, como suelen hacer las presentadoras
retiradas prematuramente por la fuerza del share. Paloma Lago. La madre pija. Y
de repente todo rebobinó hasta los setenta de golpe. Tras presentar
Risas y Estrellas de José Luis Moreno, TVE decidió recolocar a Paloma
Lago en un espacio para niños, TPH Club, que sustituyó a Con mucha
marcha. Lago se rodeó de muñecos virtuales como SuperÑ y contaba cuentos
a los niños. De nuevo, una presentadora hablaba a los chavales como si
fueran de otro planeta. Pero Paloma era muy fina, eso sí. Natalia. El juguete roto de un reality. Al
final, las presentadoras de programas infantiles son un reflejo de los
vaivenes de nuestra propia televisión y, como consecuencia, de nuestro
propio país. La rigidez de la dictadura, la explosión de la transición,
la ilusión de cambiar el mundo en los ochenta, el gamberrismo de los
noventa e incluso los cargos hereditarios, tan nuestros. Y en este
torbellino televisivo no podía faltar el juguete roto de un reality
musical. Natalia, la Britney Spears de Operación Triunfo, se convirtió
en musa de Megatrix. Lo hizo bien, muy bien. Pero el programa se esfumó
con ella. Como el resto de programas infantiles.Porque ya no existen los
programas infantiles que apostaban por las nuevas generaciones. Los
niños de hoy tienen que conformarse con series extranjeras. Y es que la
televisión de usar y tirar también ha tirado los formatos hechos por y
para niños que requieren un esfuerzo extra. Las cadenas los ven como
gasto, y no como inversión. Quizá, por eso mismo, no resulta del todo
paradójico que la última presentadora más recordada de un show infantil
sea Natalia de OT. La tele-realidad, género del que ella misma salió, y
los nuevos lenguajes audiovisuales han matado el modelo de televisión en
el que aquellas presentadoras infantiles, con las que crecimos, sí
tenían cabida. En la tele actual, los niños no se divierten, sino que
compiten como adultos en horarios de máxima audiencia. Pero esa es otra
historia.