viernes, 25 de diciembre de 2015

La inquietante evolución de las presentadoras de los programas infantiles

Miriam Díaz-Aroca, Alaska, Verónica Mengod, Leticia Sabater, Ingrid Asensio, Paloma Lago, Natalia… y tú, ¿con qué presentadora te criaste?
Han sido factoría de inquietudes, enseñanzas, juegos e ilusiones. Pero también han sido un reflejo de un país avanzando hacia no sabemos dónde. Son los programas infantiles de la televisión con la que crecimos, espectáculos para los más pequeños de la casa que siempre han contenido sus seis ingredientes para engatusar las audiencias: series animadas, reportajes en zoológicos, concursos en patinetes, algún que otro gag cómico, muchas canciones pegadizas y sobre todo una presentadora entrañable. Aunque el perfil de esa presentadora entrañable también ha ido cambiando con el paso de los años. Así hemos salido.
Herza Frankel. La profesora austriaca.
Austriaca. Y, claro, por su acento parecía la mala de la película. Porque más que presentadora, Frankel recordaba a esa profesora entrañable a la que todos hemos temido. Su habilidad estaba en las marionetas. Y como titiritera alcanzó la popularidad con ayuda de La Perrita Marilín. Incluso se llevó un Premio Ondas en 1960. Era la televisión que no educaba, más bien instruía. Lo hacía con un vocabulario impoluto que trataba a los niños como pequeños soldados desde una recién estrenada TVE.
María Luisa Seco. La tía solterona.
Fue la maestra de ceremonias de Un globo, dos globos, tres globos. Eran los años setenta y la televisión infantil intentaba ser divertida pero no lo conseguía. Las enseñanzas que divulgaba Seco parecían, en realidad, una versión aburrida de Bricomanía. Tenía su mérito: no era fácil aprenderse tales guiones, que parecían propios de la asignatura más hueso del colegio.
Mayra Gómez Kemp. La mamá enrollada.
Por suerte, llegó la democracia y la televisión se llenó el color. Mayra Gómez Kemp es el ejemplo perfecto de esas presentadoras de la resaca de la transición que empezaron a tratar a los niños con la cercanía que merecían. En Sabadabadá y Dabadabadá, junto a otros rostros como Rosa María Otero y Sonia Martínez, Mayra ya apuntaba maneras para el Un, dos tres… ¡responda otra vez!. Desprendía complicidad en un programa que apostaba por fomentar en los más pequeños la curiosidad por la vida a través del entretenimiento. Hasta zarparon un crucero para recorrer el litoral. La televisión infantil empezaba a despertar. Y Mayra fue la capitana de una nueva era. Eso sí, tuvo que aguantar en estos programas los tigres y leones de las canciones de Torrebruno…
Verónica Mengod. La hermana ingenua.
El Kiosco fue la gran oportunidad de Verónica Mengod. Las presentadoras de programas infantiles ya hablaban a los niños con la inteligencia que merecían pero sin olvidar un necesario grado de ingenuidad. Los diálogos de Mengod con Pepe Soplillo mezclaban creatividad, ironía y travesuras para un programa que ya no sólo se hacía para los niños, también lo hacían los propios niños, que participaban activamente en las originales puestas en escena. Habituales eran las actuaciones en las que los críos versionaban temas musicales míticos. Y hacían coreografías y tenían sus propios ‘Oscars’ para premiar el esfuerzo que había detrás de cada número. Un gran show hecho por y para los más pequeños con un especie de “amiga” al frente. Más mayor que ellos, sí, pero igual de inocente. Así era Verónica Mengod. O, por lo menos, así lo aparentaba.
Alaska. La rara de la clase.
La esencia de la televisión pública en su máxima expresión en un sólo programa: La bola de cristal. Las primeras temporadas del formato fueron una explosión de ideas que rompían con lo preestablecido. Por primera vez, un programa infantil apostaba por aportar a los más pequeños herramientas para contemplar el mundo de una manera crítica. Aprendiendo y desaprendiendo. Desde la televisión se desmontaba la propia televisión. Incluso también se criticaba al gobierno que dirigía el país en aquellos ochenta de La Movida. Y Alaska, Olvido Gara, era la traviesa alumna a contracorriente. Tenía además un superpoder: no contaba con ningún complejo ni ningún tic heredado de los encorsetados rudimentos de la televisión de antaño. Y Lolo Rico, alma de La Bola, supo exprimir a Alaska como icono de un programa mágico que olvidaba las condescendencias, derribaba clichés y, sobre todo, hacía pensar. A niños, y mayores.
Miriam Díaz-Aroca. La amiga que te mete en líos.
Cajón desastre llegó como sucesor de La bola de Cristal. Un formato abierto a la imaginación en el que cabía casi todo y que inauguraba un nuevo modelo de ídolo infantil: la presentadora sexy, enfundada en lycra. Miriam Díaz-Aroca y sus silbidos abrieron la veda de esas presentadoras que ya no hablaban al niño como una hermana mayor, ahora directamente jugaba con los niños como una más. De hecho, era más traviesa que ellos mismos. Su personalidad absoluta en pantalla era un torbellino carismático que te dejaba pegado al show, por delirante que fuera. Algo había cambiado para siempre en la televisión.
Xuxa. Pensando en los papás.
Nuevo giro dramático. Las televisiones privadas encendieron sus emisiones y Valerio Lazarov, director de Telecinco, decidió innovar (a su manera) y fichó a una modelo que estaba triunfando en Brasil con un formato infantil, Xuxa. Ya no importaban tanto los niños, ahora lo que se buscaba era gustar a los papás. Y a Xuxa se le notaba que los críos le importaban más bien poco. Sin embargo, la brasileña no acabó de cuajar en España como presentadora. Sí lo hizo su ‘Ilari lari lé. Oh. Oh. Oh’ que cantaba junto a las Paquitas (entrañables azafatas que hacían que bailaban de formas sugerentes). La cancioncita aún no la hemos podido borrar de nuestras cabezas. Lástima.
Leticia Sabater. La amiga descocada.
Leticia es la presentadora con más horas de programas infantiles en su currículum vitae: No te lo pierdas, junto a Enrique Simón, A mediodía con alegría, Desayuna con alegría, Con mucha marcha (donde divulgó la importancia de la educación física y perpetraba unas posturas deportivas insólitas)… Dice que se inspiró en Xuxa. Y se notaba, pues realizaba tales comentarios descocados a los más pequeños, que más de un padre tuvo que taparles los oídos. Claro que mientras les tapaban los oídos a sus hijos, esos mismos papás no quitaban ojo a los ejercicios aeróbicos de Leticia. Se sabían todas las tablas.
Sofía Mazagatos. El golpe de efecto.
No sabía presentar ni interpretar, pero en 1993, Telecinco ofreció a Sofía Mazagatos la posibilidad de sustituir a Leticia Sabater. Un fichaje del que hablaron más la revistas del corazón que los niños. Porque lo único bueno que tenía Mazagatos como presentadora es que demostró que su tono soporífero de voz producía los mismos efectos que una nana. Ver su programa era sinónimo de caer redondo en sueño profundo. La involución había llegado a los programas infantiles.
Ingrid Asensio. La Tori Spelling cañí.
Muchos la comparaban con Tori Spelling, hija del todopoderoso productor estadounidense Aaron (Sensación de Vivir, Vacaciones en el mar, Dinastía, Los Ángeles de Charlie…). Y hasta se parecían un poco físicamente. Como Tori, Ingrid también quería ser celebritie y tenía la suerte de ser hija de un pez gordo del sector, el propietario de Antena 3. Así que le dieron los mandos de Megatrix, pero nunca destacó. Sólo nos recordó que, a veces, es mejor tener padrino que talento. Transcurrían los noventa, donde todo era posible e Ingrid, al final, terminó casada con un futbolista, como suelen hacer las presentadoras retiradas prematuramente por la fuerza del share.
Paloma Lago. La madre pija.
Y de repente todo rebobinó hasta los setenta de golpe. Tras presentar Risas y Estrellas de José Luis Moreno, TVE decidió recolocar a Paloma Lago en un espacio para niños, TPH Club, que sustituyó a Con mucha marcha. Lago se rodeó de muñecos virtuales como SuperÑ y contaba cuentos a los niños. De nuevo, una presentadora hablaba a los chavales como si fueran de otro planeta. Pero Paloma era muy fina, eso sí.
Natalia. El juguete roto de un reality.
Al final, las presentadoras de programas infantiles son un reflejo de los vaivenes de nuestra propia televisión y, como consecuencia, de nuestro propio país. La rigidez de la dictadura, la explosión de la transición, la ilusión de cambiar el mundo en los ochenta, el gamberrismo de los noventa e incluso los cargos hereditarios, tan nuestros. Y en este torbellino televisivo no podía faltar el juguete roto de un reality musical. Natalia, la Britney Spears de Operación Triunfo, se convirtió en musa de Megatrix. Lo hizo bien, muy bien. Pero el programa se esfumó con ella. Como el resto de programas infantiles.Porque ya no existen los programas infantiles que apostaban por las nuevas generaciones. Los niños de hoy tienen que conformarse con series extranjeras. Y es que la televisión de usar y tirar también ha tirado los formatos hechos por y para niños que requieren un esfuerzo extra. Las cadenas los ven como gasto, y no como inversión. Quizá, por eso mismo, no resulta del todo paradójico que la última presentadora más recordada de un show infantil sea Natalia de OT. La tele-realidad, género del que ella misma salió, y los nuevos lenguajes audiovisuales han matado el modelo de televisión en el que aquellas presentadoras infantiles, con las que crecimos, sí tenían cabida. En la tele actual, los niños no se divierten, sino que compiten como adultos en horarios de máxima audiencia. Pero esa es otra historia.